En Granada vive una importante comunidad de europeos convertidos al Islam. Un grupo de estas mujeres musulmanas cuenta por qué se convirtieron y cómo es su vida.
Según la Agencia Noticiosa Ahlul Bait (ABNA) – El 2 de enero de 1492, el Emirato de Granada, último baluarte del reino nazarí en España, cayó bajo la espada de los Reyes Católicos después de casi 800 años de gobierno musulmán. Ese momento marcó también el final de Al Ándalus. Hoy en día se puede percibir ecos de esa antigua presencia musulmana entre un grupo de personas que han abrazado el Islam y han elegido Granada como lugar donde desarrollar su vida. En el paisaje urbano destacan unas mujeres que alimentan su fe islámica y viven su cotidianidad al pie de la Alhambra, recuerdo de una época esplendorosa.
“Entonces, ¿son árabes?”, preguntará alguno. No, mayoritariamente, estas mujeres son españolas y, algunas, de otros países europeos. Son nacidas de padres españoles (o de otra nacionalidad europea) que se convirtieron al Islam y las educaron según valores musulmanes, o convertidas por decisión propia. El fenómeno de las primeras conversiones en España se remonta a finales de los años setenta, pero todavía hoy muchas personas siguen abrazando el Islam: se estima que en la ciudad de Granada y su provincia se cuentan unas 300 familias de musulmanes conversos.
Son españolas o de otros países europeos, hijas de padres conversos o que han abrazado el Islam por decisión propia. Las primeras lo hicieron en los años setenta buscando una espiritualidad y romper con sus anteriores vidas
Granada sigue siendo un punto de referencia cultural importante dentro del mundo árabe moderno, y la fascinación de Al Ándalus se mantiene viva entre los musulmanes del planeta. Sin embargo, muchos musulmanes españoles y de otros puntos europeos se instalaron aquí porque las primeras familias de conversos ya vivían en la Alpujarra granadina. En los albores del Islam español contemporáneo, más y más musulmanes coincidieron en la antigua capital del reino nazarí, hasta consolidarse y llegar a la fundación de la Comunidad Islámica en España, legalmente reconocida por el Estado a principios de los años ochenta.
Muchas de las mujeres que se convirtieron en esa primera época lo hicieron por el influjo revolucionario del Mayo del 68. “Estábamos en contra de un sistema que queríamos cambiar. Pasamos por movimientos marxistas, antifascistas, feministas, pero al cabo de un tiempo nos dábamos cuenta de que tenían sus limitaciones. A pesar de difundir ideales de libertad, no llenaban un vacío espiritual”, cuentan algunas de ellas. La llegada al Islam fue una consecuencia natural de un proceso de búsqueda de soluciones tanto a escala individual como colectiva, añaden.
Aunque las primeras conversas tenían en común un afán de justicia social y búsqueda espiritual, algunas venían de familias humildes y otras de círculos más acomodados. Este variado grupo incluía a universitarias, artistas, actrices y mujeres completamente dedicadas a la vida familiar. En algunos casos, el islam se insertó en estos caminos de forma muy orgánica, sin que sufrieran excesivos cambios. Otras vieron en el Islam una herramienta para romper con un sistema en el que no creían y dejaron atrás sus actividades profesionales y sociales para dedicarse a su nueva vida.
Hoy se encuentran tendencias parecidas: mujeres que trabajan como psicólogas, médicos y profesoras y otras en ámbitos más artísticos, como la confección de artículos artesanales de piel o cerámica; chicas que estudian y otras que se dedican exclusivamente a las tareas domésticas y familiares. En general, a no ser que lo declaren ellas mismas, su pertenencia religiosa no es muy evidente en su vida diaria. Ser visitados por una doctora musulmana o atendidos por una vendedora que reza cinco veces al día puede ser más común de lo que parece en el reducido contexto granadino. Se debe a una natural incorporación de los valores islámicos al normal ejercicio de la actividad cotidiana.
Un detalle evidente de esta condición es la manera de vestir y de arreglarse. Hay conversas que prefieren llevar un velo que cubra el pelo, pero son muchas las que no llevan nada. Varias mujeres cuentan que les gusta llevar el hiyab, sin embargo, otras se han encontrado problemas al usarlo por sus respectivos trabajos. El hiyab puede ser un elemento de reconocimiento entre musulmanes, un símbolo de pertenencia a un grupo. O de discriminación, a veces. Unas mujeres cuentan haber sido víctimas de insultos paseando por el centro de Granada con el pañuelo puesto. “¡Mora! ¡Fuera de aquí!” es un ataque que más de una musulmana ha recibido. Algunas ironizan cuando escuchan “¡Terrorista! ¡Vuelve a tu país!”, ya que, al menos las españolas, ya están en su tierra de origen.
Hay conversas que prefieren cubrirse la cabeza y otras que no. “Son tiempos difíciles. Cada vez que hay atentados en el mundo, y sobre todo en Europa, alguien nos apunta con el dedo”, se queja una de ellas
De todos modos, son bastantes las que renuncian a llevar el pañuelo para no llamar la atención. “Son tiempos difíciles”, reporta Aisha. “Cada vez que hay atentados en el mundo –prosigue–, y sobre todo en Europa, alguien nos apunta con el dedo, hace insinuaciones, nos ofende simplemente por ser musulmanas. Después del ataque en Barcelona, en Granada hubo incluso una manifestación en contra de los musulmanes fuera de nuestra mezquita. Mucha gente cree que el problema somos nosotros y nosotras y que difundimos mensajes de odio hacia los europeos, ¡me parece hasta ilógico, si nosotros mismos somos europeos! Puede ser que haya hombres y mujeres musulmanes que seducen con falsas promesas a chicos perdidos para que se rebelen contra una idea engañosa de Occidente, pero en Granada no conozco a nadie que se apuntaría a hacer algo tan descabellado. Además sería una acción totalmente en contra del Islam”.
Hay también conversas que nunca se quitan el pañuelo fuera de casa y que eligen un velo que cubra más que la cabeza y el pelo. Cada una como prefiere, no hay reglas. Cuenta Jadiya, de 25 años: “Una vez estaba en una tienda buscando un vestido para ir a una boda, y los vendedores me preguntaron si era musulmana por llevar el velo. Me ayudaron a encontrar una prenda que fuese elegante y adecuada para la ocasión. En ese momento no me sentí diferente o estigmatizada, más bien reconocida en mi identidad, interior y exteriormente. Mucha gente cree que el pañuelo es una obligación o una imposición por los hombres, que el Islam es una religión machista, pero no es así. Tampoco es verdad que las mujeres no tenemos libertad. No podemos tener relaciones sexuales fuera del matrimonio, pero una vez casadas vivimos la sexualidad con mucha naturalidad y sin tabúes”.
Las mujeres que tienen pareja están casadas islámicamente, algunas también de forma civil. En general, declaran que el matrimonio musulmán es una protección, además de la celebración de un contrato frente a Dios. Algunas se casan a los 18 años y tienen hijos. Otras se casan también bastante jóvenes, pero siguen estudiando y desarrollándose personal y profesionalmente para dedicarse después a la vida familiar, más en línea con la tendencia actual europea. Se cuentan también divorcios, permitidos por el Islam.
Normalmente, las mujeres de Granada privilegian las uniones con musulmanes españoles, y las que tienen maridos musulmanes extranjeros son minoría. El Islam de España tiene unos rasgos en común con el que se practica en todo el mundo, pero hay elementos culturales propios. Yasmina, de 36 años, cuenta su experiencia: “Durante un tiempo me alejé del Islam y compartí casa con parejas no musulmanas, hasta que de nuevo quise practicar la oración y demás ritos. Empecé a desear encontrar a un hombre musulmán, luego a un musulmán español, para que pudiéramos hablar el mismo idioma y compartir la misma cultura. Un día conocí a quien llegaría a ser mi marido y lo vi todo aún más claro, lo que estaba buscando era un musulmán de Catalunya, como yo. Alguien con quien pudiera tener un nivel de comprensión más profundo”.
Son raros los casos de poligamia, pero conocidos y aceptados, aunque la mayoría de las mujeres no la considera una opción para su matrimonio. Otras pocas, en cambio, la han elegido. Salima, de 39 años, narra que decidió casarse con un hombre que ya estaba casado porque sintió que llegaría a ser parte de una familia. Para ella, la relación con la primera esposa siempre fue fácil, las dos cuidan de los hijos de cada una y comparten las tareas domésticas, lo que consideran una ventaja de esta convivencia.
Estas mujeres normalmente prefieren casarse con musulmanes españoles y, en unos pocos casos, hasta aceptan que el marido tenga otra esposa.
Si la mayoría de las musulmanas más jóvenes que viven en Granada nació de padres conversos, no faltan mujeres entre los 20 y 30 años que se convirtieron por decisión propia hace poco. Hanna se hizo musulmana en el 2016. Tuvo el primer contacto con el Islam en el 2009 durante un viaje a Marruecos. Tras un periodo de búsqueda y estudios universitarios de árabe, tomó la decisión de convertirse en la mezquita Mayor de Granada, abierta desde el 2003. Su familia ha aceptado con mucha naturalidad su conversión, y los que todavía no lo saben no lo han notado porque ella sigue igual que siempre, pero en muchos casos no suele ser una noticia bien recibida por la gente más cercana.
Halima cuenta que cuando se convirtió, después de haber pasado por el taoísmo y el budismo, sus padres no le hablaron durante un tiempo, ya que no podían entender las razones de su decisión. Como sus padres, más gente se pregunta el porqué de tantas conversiones entre los europeos. Halima da una explicación: “Anhelaba una espiritualidad más fuerte, el ateísmo de mi familia me frenaba, y la meditación que practicaba no era suficiente. Un día, un converso español me habló del Islam de manera sencilla –¡por fin en mi idioma!–, y me pareció que resumía todo lo que había buscado. Lo que encontré fue un entorno muy respetuoso con la mujer, los niños y los mayores”.
Las conversas dicen encontrar en el Islam valores de amor, paz y solidaridad que no han encontrado en otras doctrinas, además de sentirse parte de una comunidad. Algunas afirman que a pesar de la islamofobia tan difundida en Europa y en el mundo, muchas ciudadanas europeas se dan cuenta de la serenidad que les puede proporcionar el Islam, también gracias a los encuentros con conversos del mismo país.
Safá, de 22 años, declara: “Aunque lleve pocos años como musulmana, me he dado cuenta de la facilidad que puedo tener en hablar del Islam a otros españoles, con los que comparto muchas otras cosas. De hecho, nunca me podría dejarme de mi cultura o de comer tortilla de patatas y al mismo tiempo no podría alejarme de mis oraciones y olvidar lo que siento. Ser lo que soy es un trabajo diario de equilibrio, no siempre es sencillo, pero no me imagino mi vida de otra manera”.