Unos meses después, en la línea de salida en una tienda de alimentos en Santa Ana, escuchó que una mujer le preguntaba a otra: “¿No tiene calor en esa cosa?”, en referencia a ella. Al Omari respondió, en perfecto español, que sí, que hacía bastante calor ese día en general. ¿No tienen calor ustedes?, repreguntó.
Esta residente de Garden Grove se había preparado para las miradas sospechosas que despertaría su atuendo -el hijab es un poderoso y conspicuo símbolo de la fe musulmana-. Pero Al Omari se sorprendió ante otra consecuencia inesperada de llevar la prenda: había básicamente borrado toda su identidad mexicoamericana ante otros latinos. “Con el tiempo, la gente dejó de verme como latina”, señaló Al Omari, nacida en Tijuana. “Me veían como árabe”.
Como latina musulmana, ella se encuentra entre el grupo étnico de más rápido crecimiento en el islam y en la intersección de tres sectores demográficos despreciados durante la incipiente administración del presidente Trump: las mujeres, los musulmanes y los mexicanos.
“Es un tema pesado. Uno nunca está en un solo lugar; es como si no te sintieras en casa en ningún sitio”, afirmó Eren Cervantes-Altamirano, una bloguera y escritora que reside en Toronto, quien ha investigado y estudiado los cruces de ser latinoamericana, indígena y musulmana en los EE.UU. “Hay que tomarlo día a día”.
Aunque el número exacto de latinos musulmanes en los EE.UU. es difícil de medir, algunos expertos estiman que hay cerca de 200,000, y que casi un 90% de ellos son convertidos, conforme un reporte autorizado de Stephanie Londono, profesora e investigadora de la Universidad Internacional de Florida, quien estudió la tendencia de las latinas de convertirse al islam.
La mayoría de los convertidos al Islam también son mujeres, remarcó Londono. “Es una identidad fluida para estas mujeres, especialmente las inmigrantes latinas. Ellas están creando su propia categoría y su propia historia al mezclar estos dos elementos: el islam, una religión que es muy visible, y el ser latina, especialmente cuando llevan un hijab”, expresó Londono.
Aunque ser latina musulmana puede tratarse de una tendencia creciente, ciertamente no debería ser una sorpresa, afirmó Cervantes-Altamirano, quien se convirtió al islam hace 10 años y escribe extensamente sobre los desafíos experimentados por las mujeres que se vuelven musulmanas. “Esa es la naturaleza de vivir en una sociedad más diversa”, expuso.
En el condado de Orange, la ciudad de Santa Ana -con mayoría latina- es vecina de Anaheim, hogar de Little Arabia, el barrio árabe. Estimulados por el sentimiento de que ambas comunidades se encontraban en la mira política del gobierno de Trump, los vecinos crearon el centro Muslim-Latino Collaborative, en Anaheim.
Algunas latinas se convirtieron al islam como resultado de una relación con un compañero musulmán, explica el estudio de Londono. Sin embargo, mientras que un hombre latino que se convierte al islamismo puede llevar su día a día discretamente, las mujeres saben que usar hijab es una tarea difícil.
Lucy Silva, una residente de Garden Grove, nació en México y creció en una familia católica, pero se convirtió al islam después de conocer a su esposo, quien es musulmán.
A Silva le tomó tres años tomar la decisión de usar permanentemente el atuendo característico, lo cual ocurrió apenas dos semanas antes de los ataques del 11 de Septiembre. “Representó muchos desafíos. Pero no fue por coacción, sino basado en mi fe islámica. Decidí hacerlo por mi cuenta”, relató.
Con una camisa blanca con flores bordadas, de inspiración mexicana, y su pañuelo en la cabeza, Silva habló sobre su decisión ante unas 400 personas reunidas en una estrecha sala de la mezquita de la Sociedad Islámica del Condado de Orange en Garden Grove, durante un evento del Día Mundial del Hijab.
Al igual que Al Omari, Silva sostuvo que la mayoría de la gente no la percibe como latina por el hecho de cubrir su cabeza. “Siempre tenemos que defender nuestra herencia latina cuando se trata de comunicarnos con otros pares, para no perder esa identidad sólo porque somos musulmanas. Con los mexicanos, a veces debemos probar que seguimos siendo latinas”, afirmó. “Ante los musulmanes, tenemos que probarnos a través de nuestra fe. Y con los estadounidenses, tenemos que demostrar que también somos estadounidenses”.
Al principio -incluso antes de usar el hijab- Silva tuvo que tranquilizar a sus padres, quienes pensaban que renunciaría a su identidad después de la conversión. “Sigo siendo mexicana, ¿OK?”, debió decirle a su madre una vez.
Sin embargo, para algunos, la conversión al islamismo puede tensar las relaciones con aquellos miembros de la familia que no son musulmanes. José Moreno, hermano de Al Omari, afirmó que ambos están intentando recuperar su relación -se reúnen al menos una vez al año- después de distanciarse durante un tiempo. Si bien Moreno no responsabiliza la conversión de su hermana como la causa absoluta de su separación, sostiene que ésta jugó un cierto papel en el conflicto. “Su religión no me molesta”, dijo. “A mis padres, en cambio, no les gusta hasta el día de hoy”. Esa fricción fue una de las razones por las cuales la familia se distanció. “Su vida, tal como yo lo veo, giraba principalmente en torno a su comunidad musulmana”, relató. “No nos involucraba a nosotros; era muy mínimo todo”.
Silva y Al Omari pertenecen a un grupo de latinas musulmanas del condado de Orange, que guían a otras mujeres -muchas de ellas también latinas- en el proceso de conversión. ¿Qué dices si usas un hijab y a tu padre católico no le gusta? “Debes explicar que las monjas también se cubren la cabeza, y que María también lo hacía”, responde Silva.
Como muchas musulmanas, un gran número de latinas que se convierten no usan el hijab. Dina Bdaiwi, cuya madre mexicana se convirtió al islamismo, usó un hijab por primera vez durante su último año en preparatoria y el primero de su carrera universitaria. Sin embargo, esta mujer de 22 años y residente en Irvine, quien se describe a sí misma como tímida, sentía que atraía mucho la atención de la gente. También percibía que la prenda la distanciaba del lado latino y no musulmán de su familia. Nunca le dijeron nada, remarca, pero era una sensación. “Sentí que me habían conocido de cierto modo, y que era sin el hijab. Quería sentirme cerca de mis familiares otra vez”, aseguró Bdaiwi, estudiante de último año en UC Irvine. “Quería que las cosas fuesen como antes”. Por ello, después de un año, se lo quitó.
Marya Ayloush, una joven de 21 años cuyo padre es árabe y cuya madre mexicana también se convirtió al islam, entiende el hijab como parte de su identidad. Hace siete años lanzó Austere Attire, una tienda online de ropa con sede en Los Ángeles, que vende pañuelos para la cabeza mayormente modernos y con diseños, dirigidos a la generación del milenio.
Aunque Ayloush siempre se sintió atraída por su identidad árabe, reconectó recientemente con su herencia mexicana, afirmó, y como alumna de UCLA se especializa en estudios chicanos.
A fines de enero, Ayloush se unió a miles de manifestantes que se reunieron en el Aeropuerto Internacional de Los Ángeles para condenar las restricciones de Trump a los visitantes de países con mayoría musulmana. Su letrero decía: “Soy mexicana, árabe, musulmana y mujer. Soy el ‘cuco’ de Trump”.
Traducción: Valeria Agis