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Illan Pappé: ‘Es Necesario Presiones Externas e Internas para Forzar un Cambio de Régimen en Israel’

Esa idea fue vertida por el intelectual e historiador israelí, Ilan Pappé, durante una extensa entrevista. Por el interés que ha suscitado en nuestros lectores, Al Mayadeen continúa reproduciendo de los fragmentos más importantes. A juicio de Pappé,
Illan Pappé: ‘Es Necesario Presiones Externas e Internas para Forzar un Cambio de Régimen en Israel’

Esa idea fue vertida por el intelectual e historiador israelí, Ilan Pappé, durante una extensa entrevista. Por el interés que ha suscitado en nuestros lectores, Al Mayadeen continúa reproduciendo de los fragmentos más importantes.

A juicio de Pappé, cuando las masas salieron a manifestar en Egipto y en Túnez y exigieron el cambio del régimen, muchas personas se identificaron con el aquel movimiento masivo y no violento que reclamaban el paso a la democracia en sus respectivas naciones.

No siempre un cambio de régimen ha sido un ataque sangriento de fuerzas extranjeras contra la voluntad del pueblo. Por tanto, explica Pappé, cambio de régimen por sí mismo no es un término negativo. Depende de qué régimen se cambia y cómo se cambia.

Y precisamente ese concepto está arraigado en los estrategas en Estados Unidos, entre los que diseñan las políticas. Ellos siempre dicen que les gustaría ver a los regímenes no democráticos volverse democráticos.

Pero dejando el lado el cinismo en ciertos casos, explica el analista israelí, resulta sorprendente que cuando alguien plantea esa posibilidad acerca de Israel, inmediatamente lo acusan de que quiere ver la destrucción del pueblo judío.

Pappé es consciente de que cambiar hoy la realidad en Israel no sería un proyecto fácil. Es muy difícil que la tercera generación renuncien a los privilegios, al poder que tienen. No obstante, apunta, la presión internacional puede ayudar a lograrlo, pero generarla desde el exterior es un proceso muy largo y lento.

Sin embargo, mientras se espera que la presión exterior se materialice, el ritmo de destrucción sobre el terreno se acelera. Por tanto, aun cuando se concrete el éxito en reclutar esa presión internacional eficaz, quedará ya muy poco que salvar en la práctica.

Argumenta que si ya no se puede obligar al gobierno a cambiar sus leyes de apartheid, sus políticas de limpieza étnica o de genocidio en Gaza, sería necesario crear enclaves que muestren que existe una forma alternativa de vivir, que va a seguir resistiendo esas políticas como un movimiento masivo.

Según consideraciones de la Autoridad Palestina (AP), la única meta por la que las y los palestinos deberían luchar es por un bantustán en Ramala. Pero ello no despierta la imaginación de nadie, ni aterroriza a los israelíes; por el contrario, están muy contentos con semejante objetivo final de la lucha palestina.

La AP no ofrece nada a las judías y judíos progresistas que comprenden que viven en una sociedad colonialista, pero que sigue siendo su tierra natal, y querrían vivir en una sociedad más justa.

Por tanto, subraya, el cambio de régimen allí no es algo para esperar sólo del exterior, requiere también de acciones internas, aun si sólo se puede avanzar muy lentamente, paso a paso. Ello -considera Pappé- une a la gente, le da un objetivo claro, y los aleja de los falsos paradigmas de la paz, como la solución de dos estados.

Usted refiere el apartheid y el paralelo entre Sudáfrica y Palestina, que de hecho es tan novedoso como inspirador para el futuro. Pero Chomsky, en este libro Sobre Palestina le responde que las cosas no son tan simples y que en Sudáfrica un par de cosas eran diferentes: el asentamiento de los colonos no buscaba, como en Palestina, reemplazar a la población nativa; y en Sudáfrica la intervención militar cubana en los años ochenta contribuyó a la derrota del apartheid, incluso militarmente, mientras que el equivalente no se da en Palestina. ¿Qué responde a estas dos críticas de Chomsky?

Hay muchas otras diferencias entre los dos estudios de caso. Pero Chomsky y yo diferimos en una línea tenue –y creo que fue el difunto Edward Said quien definió mucho mejor de lo que yo podría hacerlo sobre esa línea tenue que hay entre un análisis académico y el análisis de un activista.

Desde un punto de vista académico, hay muchos aspectos de la realidad de Sudáfrica que son diferentes a la Palestina; podría mencionar la falta de cualquier equivalente al lobby judío en el caso de Sudáfrica; puedo mencionar también el Holocausto como un elemento decisivo en la historia de Palestina, y no hay nada equivalente a eso en el caso de Sudáfrica.

Hay diferencias entre la forma en que el régimen de apartheid se manifestó en Sudáfrica y la forma en que el paradigma o la estructura de la limpieza étnica funciona en Israel. Pero estas son minucias que en realidad no socavan la comparación fundamental, que es la más importante.

Hay tres cuestiones que sólo se pueden entender si uno ve su papel no sólo como erudito que compara dos estudios de caso, sino como un activista que quiere inspirarse en una lucha exitosa y trasladar ese éxito a una lucha que hasta ahora no lo ha tenido.

Los tres puntos son los siguientes:

A) La imagen internacional de la Sudáfrica del apartheid y la imagen internacional de Israel. En muchos aspectos, lo que Israel está haciendo es mucho peor que lo que hizo Sudáfrica. Esto ha sido reconocido por líderes sudafricanos y por muchas personas de conciencia en todo el mundo.

B) La inspiración que la generación más joven de activistas, especialmente en Occidente, recibió de la lucha a favor del Congreso Nacional Africano, del movimiento anti-apartheid; eso es muy importante. Y la Semana del Apartheid Israelí (IAW) ha transformado las universidades norteamericanas y europeas en espacios donde los voceros oficiales israelíes no son bienvenidos. Y esto no se podría haber hecho si nos hubiéramos atenido a un tipo de comparación meramente académica entre la Sudáfrica del apartheid e Israel.

Esto sólo se puede hacer cuando la gente entiende que la misma energía que enfureció a las personas decentes en Occidente acerca de las realidades de Sudáfrica puede enfurecer hoy a la gente sobre la situación de Palestina. Y no hubo ninguna necesidad de inventar la rueda, a pesar de que muchos estudiosos hayan demostrado que el apartheid en Israel es un poco diferente del apartheid en Sudáfrica.

C) En tercer lugar, algo que tiene que ver con los apellidos y los nombres de pila. El apellido familiar es “racismo”. El apartheid sudafricano era una sociedad racista. Israel es una sociedad racista. Sí, tienen diferentes nombres, pero pertenecen a la misma familia. Y esa familia es un paria, al menos oficialmente, en todo el mundo, excepto en un caso. Y no se puede poner de relieve este excepcionalismo sin mostrar el último caso de excepcionalismo que fue desafiado con éxito.

Por eso es tan importante no atenerse siempre a los datos minuciosos, a la comparación erudita, estricta de categorías y subcategorías, y permitirse a veces dejarse llevar por la energía que proviene de los activistas. Esa energía a veces se da cuenta intuitivamente, no de forma académica, de lo que es y lo que no es comparable; de lo que es fuente de inspiración y lo que no lo es. Por eso estoy editando un libro que compara a Sudáfrica con Israel.

Lo cierto es que lo que es común a todos estos estudiosos es la comprensión de que hacer un estudio comparativo con Sudáfrica les abrió los ojos sobre las posibilidades en Palestina, cambió la forma de abordar la realidad de Palestina.

Fue el modelo sudafricano o el estudio de caso, lo que permitió deshacerse de la solución de dos estados, no sólo como una solución imposible, sino también muy peligrosa. Y no creo que se podría haber desarrollado esta perspectiva sin entender cómo funcionó el movimiento colonialista en Sudáfrica.
    


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