Entre los años 711 a 1492, ayer mismo en términos históricos, la presencia islámica en gran parte de la península que se llamó Al Andalus construyó ciudades, palacios, alcazabas, jardines y mezquitas. Es hasta posible que por las venas de algunos islamófobos corra sangre musulmana, pues 700 años dieron como para que el mestizaje dejara su huella hasta nuestros días. Las relaciones no fueron de amistad entre conquistadores y conquistados, pero durante años hubieron grandes períodos de tiempo para la cultura de la tolerancia y la convivencia pacífica entre musulmanes, judíos y cristianos.
No estoy idealizando el pasado. Ni siquiera escribo desde un sentimiento de nostalgia. No tengo nada que me una al califato de Córdoba, más bien si hago caso a primer apellido puede tener un origen judío sefardí. No lo sé con seguridad. De lo que estoy hablando es que las visiones esencialistas que afirman el alma de una España imaginaria siempre cristiana no puede sostenerse. Es cierto que para burlar la España musulmana algunos listos hablan de la existencia intermitente de España que se retiró a los montes asturianos en la época en que el Islam era mayoritario. Pero separar la historia de España del Islam es como pretender separar el mar de las mareas. Escoger como lo propio sólo aquello que nos interesa conduce a una patología. De hecho sólo hace falta una mirada limpia sobre la influencia del islam en la cultura española para evidenciar lo que no se puede negar: en el arte, la literatura, la filosofía y la mística, la ciencia y las matemáticas, la medicina, la agricultura y la canalización del agua, la artesanía, la gastronomía, la música y el folklore, la incidencia árabe es notoria. Más de 4.000 palabras de la lengua castellana tienen influencia árabe. De hecho Madrid fue fundada por los musulmanes. De hecho la primera noticia histórica de lo que hoy es la ciudad de Madrid data de la época del Emirato omeya de al-Ándalus, concretamente de finales del siglo IX.
La realidad histórica de la llamada España es en parte un espacio de cruce de culturas, de religiones, de nacionalidades, de lenguas. Pero ocurre que los fundamentalistas nacional-católicos que habitan en la caverna siguen viendo sólo sombras y ni ven ni quieren ver lo que hay fuera de sus mentalidades forjadas en la oscuridad. Lo malo es que ostentan el poder político.
De todos modos hay que recordar la firma de un Acuerdo de Cooperación entre el Estado y la Comisión Islámica de España, en 1992. Ocurrió 500 años después de las Capitulaciones de Granada firmadas entre los Reyes Católicos y los musulmanes. Estas últimas prometían garantizar la libertad de culto. Algo que siempre fue incumplido. Pues bien, el pacto de 1992 suponía en teoría el fin del monopolio religioso y la recuperación de la libertad religiosa. Ofrecía la posibilidad de cerrar una herida. Sin embargo, las instituciones del Estado siempre han opuesto resistencia a su cumplimiento. La Constitución española no es confesional, pero en la práctica las fuerzas nacional-católicas imponen su supremacía. Hoy en día, los musulmanes encuentran muchas dificultades para abrir centros de culto, se les niega espacios en cementerios públicos aunque los hay en algunas ciudades, sus festividades religiosas no cuentan a pesar de su población (hay en la actualidad en números redondos 1.800.000 musulmanes, de los cuales 530.000 son de origen español; otro 1.150.000 llega a hacer turismo y la tendencia es a crecer), se niega la participación de musulmanes en la gestión del patrimonio de origen islámico, se restringe el derecho a la enseñanza del Islam en las escuelas y, en general, podemos afirmar que hay una desatención a sus necesidades religiosas.
Son cuando menos curiosos los llamamientos a los inmigrantes musulmanes a que se integren y cumplan con sus deberes mientras las instituciones incumplen sus compromisos y les niegan sus derechos.
Precisamente la razón de ser de este artículo es mostrar que la islamofobia es la negación de la historia real del país llamado España. Quienes la reivindican desde hilo conductor del nacional-catolicismo, lo hacen en oposición a la diversidad que fue la España tricultural, y se extiende en la negación de las naciones como Euskadi y Catalunya. Su posición hunde sus raíces en la tradición castellana, secular dominadora de la España que surge a finales del siglo XV y que todavía sigue en campaña de reconquista. Pero lo cierto es que cuando conversamos utilizamos una gran cantidad de palabras de raíz árabe, señal inequívoca de que hubo una España también musulmana. La historia es sencillamente realidad.
Un símbolo de aquella España musulmana es el filósofo y médico Averroes. Nacido en Córdoba en 1126 y fallecido en 1198 en Marrakech, dedicó su vida a investigar cómo piensa el ser humano y cómo es posible la formulación de verdades universales. Trabajó porque la ciencia se adecúe a la realidad concreta y se distinguió por su obra sobre la filosofía del conocimiento. Defendió que el mundo es eterno. Él es una buena prueba de español musulmán. Sin embargo, con toda su sabiduría, hoy sería considerado ciudadano de segunda.
Como sabemos, los musulmanes llegaron a Navarra, sobre todo a la Ribera. Un número apreciable de ellos hablaban en euskera. José Mª Jimeno Jurio, Martín Martínez Saenz de Jubera y Erlanz Urtasu, son autores que han investigado esa parte de la Vasconia musulmana. No obstante, dicen los entendidos que la historiografía en general no ha explorado lo suficiente en la influencia que tuvo en el conjunto de Euskal Herria su ámbito musulmán. Sería bueno que nuestras universidades e historiadores trabajasen en esta dirección. Ello nos puede ayudar a mejorar nuestra relación con la comunidad musulmana y a entender que somos pueblos que tiempo atrás vivimos juntos y en muchos casos hablábamos el mismo idioma.
Por Iosu Perales Arretxe. Politólogo especialista en Relaciones Internacionales y en materias de Cooperación al Desarrollo, vinculado a redes sociales transnacionales y a ONGs, participa en iniciativas y foros alternativos.
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