maltrata a sus muertos más famosos. En noviembre de 1955, dos meses después del golpe de Estado contra el general Juan Domingo Perón, el cadáver de Eva Duarte, Evita, muerta tres años antes, fue robado de la sede de la Confederación General del Trabajo (CGT). Estuvo 14 años desaparecido. En las primeras semanas de junio de 1987, sin fecha precisa, el cuerpo de su marido, alojado su féretro en una bóveda blindada en el cementerio de la Chacarita, en Buenos Aires, sufrió la amputación de sus manos y el robo de su sable militar. El cuerpo de Eva fue devuelto a Perón en su casa de Madrid en 1971, luego de estar enterrado en secreto en Milán, Italia, y hoy descansa en la Recoleta, en Buenos Aires. Las manos de Perón nunca aparecieron.
Hace 30 años, el 1 de julio de 1987, cuando la democracia argentina recién se iniciaba y el radical Raúl Alfonsín (1983-1989) enfrentaba tensiones golpistas con los militares, la noticia de que el cadáver de Perón había sido mutilado cayó como una bomba de alto impacto. El estupor fue total: tres altos dirigentes del peronismo recibieron una carta donde un ignoto grupo llamado Hermes IAI y los 13 aseguraba tener en su poder las manos de Perón. El juez Jaime Far Suau verificó la profanación tras visitar la bóveda. “Los profanadores entraron supuestamente por una claraboya y por un agujero de 25 centímetros hecho en el féretro cortaron las manos. Esa es la primera versión, porque el juez se vio obligado a sacar el féretro del nicho para poder abrirlo. Todo indica que los profanadores trabajaron durante varios días con la tapa abierta”, dice Claudio Negrete, autor junto con Juan Carlos Iglesias de La Profanación (Sudamericana – 2017), una extensa investigación publicada por primera vez hace 15 años y reeditada ahora con una actualización de 100 páginas.
Claudio Negrete, coautor de La profanación Claudio Negrete, coautor de La profanación
A 30 años del robo la causa judicial sigue abierta, pero nadie sabe que fue de las manos de Perón. Mucho menos hay detenidos ni es probable que los haya, porque sustraer partes de un cadáver no está tipificado como delito en Argentina. La relevancia histórica del caso, sin embargo, es enorme. “El robo de las manos de Perón forma parte la cultura argentina de utilizar a los muertos como parte de las disputas de los vivos y, sobre todo, de las luchas políticas y de poder”, dice Negrete. “Y no puede ser leído fuera del contexto histórico en que se produjo. Alfonsín intentaba consolidar su gobierno tres meses después del levantamiento militar de Semana Santa. Se esperaban además las elecciones para gobernadores, y el peronismo estaba dispuesto a recuperar Buenos Aires, su bastión histórico".
Los investigadores manejaron al menos tres hipótesis sobre el robo, de las cuales dos “deben descartarse”, según Negrete. La primera, de carácter económico, siguió la pista del rescate de 8 millones de dólares que los profanadores pidieron al peronismo por la devolución de las manos. “Pero solo se habló de rescate en la carta, luego nunca nadie volvió a pedir dinero”, aclaró Negrete. La segunda hurgó en la pista de algún tipo de venganza esotérica, sobre todo por los nexos de Perón con la masonería y la logia italiana Propaganda Due (P2). Negrete opinó que la buena relación del expresidente con esos grupos hace poco creíble un ataque semejante. La tercera, de carácter político, fue y es aún la más sólida. Aquí entra en escena la “mano de obra desocupada” de la dictadura y los servicios de inteligencia, represores y espías que con la caída de los militares se dedicaron a negocios oscuros. Negrete destacó en su libro que muchos de los cuerpos de las víctimas de la dictadura fueron encontrados sin manos.
Portada de 'La profanación' Portada de 'La profanación' Sudamericana
“Lo más fundamentado es una operación política en un contexto particular de Argentina. Los profanadores contaron con una zona liberada y el apoyo de algún sector de inteligencia. Luego existe un aparato que tiende a desviar las investigaciones, a ensuciar la escena del crimen con movimientos típicos de los esos servicios”, dijo Negrete. Los problemas en la investigación fueron dignos de una novela de espías. Semanas antes de descubrirse el robo murió en circunstancias poco claras el guardia nocturno del cementerio de Chacarita. Luego, la policía encontró el cadáver de una mujer que aseguraba haber visto “movimientos extraños” alrededor de la tumba de Perón. Y finalmente pagó con su vida el propio juez de la causa, Far Suau. El magistrado, que ya había recibido amenazas y enfrentado cinco pedidos de juicio político, volcó con su auto en una curva suave y sin complicaciones y murió junto a su esposa el 25 de noviembre de 1988. “Ni siquiera le hicieron una autopsia”, dijo Negrete, convencido de que se trató de un atentado.
La viuda de Perón, Isabelita, también sufrió a la distancia desde su exilio en Madrid, cuando un grupo de desconocidos entró a su casa, pintó de rojo sus manos en un retrato al óleo y cortó las manos de todas las figuras religiosas que encontraron en el lugar. El tiempo pasado desde entonces apenas logró echar luz sobre el caso. El presidente peronista Carlos Menem cerró la investigación y otro peronista, Eduardo Duhalde (2002-2003), decidió en 2002 el traslado del cuerpo de Perón a la residencia de verano que el militar tenía en las afueras de Buenos Aires, hoy convertida en museo. Con la llegada de Néstor y Cristina Kirchner el caso de las manos del general pasó al olvido definitivamente. Pero Negrete no se da por vencido: “Ser poseedor del secreto de una desaparición es una forma de poder. Hoy hay un pequeño grupo que sabe que pasó, quién fue y qué sucedió con las manos de Perón”.