EL IMAM SADIQ (P)
Por Morteza Mutahari
Sufián Asrawi que vivía en Medina, llegó a casa del Imam As-Sâdeq (P). Lo encontró vestido con una vestimenta blanca, de una delicadeza, parecida a la película que separa la clara de huevo de la cáscara.
- Esta vestimenta no es digna de ti - le dijo a modo de reproche - De ti se espera que guardes la abstinencia, que tengas piedad y que guardes las distancias frente a este bajo mundo.
- Quiero decirte unas palabras - le respondió el Imam - Escúchalas bien pues te resultarán útiles para tu vida en este mundo y en el más allá. Si estás realmente equivocado e ignoras el verdadero punto de vista del Islam a este respecto, mi discurso te resultará muy provechoso. Pero si tienes por deseo introducir en el Islam una innovación, de desviar y de invertir las verdades, eso es otro problema, y esas intenciones no te serán provechosas.
Puede que te imagines la condiciónsimple y pobre del Enviado de Dios y sus compañeros en aquellos tiempos, y pienses que constituye una especie de deber y obligación para todos los musulmanes hasta el día del Juicio Final, el tomar como ejemplo este tipo de situación y vivir siempre en la pobreza. Pero sabe que el Enviado de Dios vivió en una época y en un medio donde predominaba la pobreza, las dificultades y la indigencia. La mayor parte de la gente estaba privada de los medios más elementales de existencia, y las condiciones de vida particulares del Profeta y de sus compañeros estaban unidas a la situación general de aquel tiempo. Pero si, en una época, los medios de vida son abundantes y existen posibilidades de sacar provecho a los dones divinos, los hombres más dignos de disfrutar de estos beneficios son entonces los hombres buenos y justos, y no los libertinos ni los malhechores; son los musulmanes, y no los descreídos.
¿Qué cosa en mi has considerado como un defecto? Juro por Dios que, aunque tú ves que yo disfruto los dones divinos, desde que alcancé la pubertad no pasa ni un solo día ni una noche en que no esté vigilando la procedencia de mis bienes, por si encuentro algo que no es mío en ellos y devolverlo en seguida a quien le pertenece.
Sufián no pudo objetar la lógica del Imam y salió avergonzado y vencido. Reuniéndose con sus amigos y condiscípulos, les contó el incidente. Estos decidieron ir en grupo a contradecir al Imam.
Un cierto número de ellos acudió a él.
- Nuestro amigo no ha conseguido exponer bien los argumentos - le dijeron. - Nosotros hemos venido ahora a condenarte con nuestros argumentos claros.
-¿Cuáles son vuestros argumentos? - preguntó el Imam. - Enunciadlos pues.
- Nuestros argumentos provienen del Corán - respondió la asamblea.
-¿Qué mejor argumento que el Corán? Explicaos - les dijo el Imam - os escucho.
- Fundamentamos nuestra aserción y la justicia de la doctrina que hemos adoptado en dos versículos coránicos, y esto nos es suficiente. En el Santo Corán, Dios hace así el elogio de un grupo de compañeros (del santo Profeta):
«... ellos dan prioridad a los otros sobre sí mismos, mientras que están en la indigencia.
Aquellos que se guardan de su propia avidez... aquellos serán salvados»(Corán, 59 :9)
El Corán dice más adelante:
«alimentan al pobre, al huérfano y al cautivo, por el amor de Dios” (Corán, 76 :8)
.
Cuando llegaron a este punto de su discurso, una persona sentada al margen de la asamblea, que escuchaba sus palabras, dijo:
- Lo que yo he comprendido hasta aquí es que ni vosotros mismos creéis en vuestros propios argumentos. Habéis hecho de esas palabras una manera de desinteresar a las gentes de sus bienes, a fin de que os los den a vosotros y beneficiaros vosotros mismos en su lugar, pues no se ha visto en la práctica que vosotros os apartéis ni os privéis de la buena comida.
- Renuncia por el momento a estos argumentos - dijo el Imam.- Son vanos.
Después, volviéndose a la asamblea les dijo:
- Decidme entonces, vosotros que os referís al Corán, si discernís en él o no los versículos explícitos, los implícitos, los abrogantes, y los abrogados. Todo miembro de esta Comunidad (de musulmanes) que se extravió, lo hizo por lo mismo, porque recurrió al Corán sin tener un conocimiento exacto de él.
- Por supuesto, poseemos algunos conocimientos en este terreno - respondió el grupo - pero no de una manera completa.
- Vuestra desgracia también viene de ahí, respondió el Imam - Y los hadices del Profeta, como los versículos del Corán, requieren una información y un conocimiento completos. En cuanto a los versículos coránicos que habéis citado, no indican la prohibición de beneficiarse de los dones divinos, sino que se refieren al perdón, la indulgencia y la abnegación. Hacen el elogio de un pueblo que, en un momento determinado, dio prioridad a los otros sobre el mismo, y les dio bienes que le eran lícitos a él. Si no se los hubiera dado, tampoco habría cometido ni un pecado ni una infracción. Dios no le había ordenado actuar de esa manera, y por supuesto, tampoco se lo había prohibido en aquel momento. Se puso en la molestia y en la miseria por simpatía y caridad, dando a los demás, y Dios le dará la retribución que les corresponde. Este versículo no se conforma pues con vuestro alegato, pues vosotros impedís y censuráis a la gente el utilizar sus propios bienes y los beneficios que Dios ha decretado para ellos. Aquel día, los miembros de esta tribu dieron a manos llenas, pero una prescripción completa y perfecta en este terreno llegó a continuación de parte de Dios, determinando los límites de esta acción. Es bien evidente que esta prescripción es abrogante de su acción y que debemos ajustarnos a esta prescripción y no a aquella acción.
Para mejorar la situación de los creyentes y por la mediación de Su Clemencia particular, Dios ha prohibido que el individuo se ponga en necesidad, él y los suyos, dando a otros lo que tiene en la mano, pues en la familia de un individuo se encuentran débiles, niños, ancianos decrépitos que no tienen fuerza para trabajar. Si tengo que dar el pan de que dispongo, mi familia, que está a mi cargo, peligrará. Así, el Profeta (BP) dijo:
«Cualquiera que posea algunos dátiles, algunos panecillos o algunos dinares que tenga intención de dar en limosna, debe hacerlo en primer lugar a sus padres, en segundo lugar a su mujer, sus hijos y a él mismo, en tercer lugar a sus parientes y a sus hermanos de religión, y en cuarto lugar dedicarlo a obras piadosas.»
Este cuarto caso viene después de todos los demás. El Enviado de Dios, al saber que unhombredeAnsár dejó hijos de corta edad y que había dado en el camino de Dios toda su fortuna, dijo:
«Si me hubieseis informado antes, no habría permitido que le enterraseis en el cementerio musulmán: por su negligencia deja hijos que deben tender la mano ante la gente».
- Mi padre el Imam Báqer (a.s.) me relató estas palabras del Enviado de Dios:
«En vuestras limosnas, comenzad siempre por vuestra familia, en orden de parentesco: tiene prioridad quien es más próximo».
Además de todo esto, el Santo Corán prescribe vuestro método y vuestra doctrina, diciendo:
«He aquí quienes son los servidores del Misericordioso:
(...) aquellos que, en sus limosnas, no son ni pródigos ni avaros,
sino que observan el equilibrio y la justa medida» (Corán, 25, :65.)
Numerosos versículos coránicos prohiben el derroche y el exceso en la largueza, de la misma manera que prohiben la avaricia y la mezquindad. El Corán ha asignado a esta acción la medida y la moderación, y no que el hombre dé a los demás todo lo que posea y se quede él mismo con las manos vacías, recurriendo entonces a la invocación:«¡Oh Dios mío!, dame el pan de cada día». Dios no concede jamás este tipo de invocación, pues el Profeta dijo:
«Dios no atiende la invocación de las siguientes personas:
A - Quien pide a Dios el mal para su padre o su madre.
B - Quien ha prestado un bien sin tomar testigo ni recibo de vuelta y, si el deudor ha consumido el bien, recurre entonces a la invocación, pidiendo a Dios una solución. Por supuesto, su invocación no es atendida, pues él ha borrado con su propia mano la vía del recurso dando su bien sin recibo ni testigo.
C - Quien pide a Dios que aparte la maldad de su mujer, pues la solución está en sus propias manos: si está verdaderamente importunado por esa mujer, puede rescindir, con el divorcio, el contrato de matrimonio.
D- Quien está sentado en su casa, cruzado de brazos, y reclama a Dios su pan cotidiano. Dios responde así a esta criatura ávida e ignorante: «¡Criatura mía! ¿No te he dado la posibilidad de moverte y desplazarte? ¿No te he dado órganos y miembros válidos? Te he dotado de brazos, piernas, ojos, oídos y de razón a fin de que reflexiones, que veas, oigas y que te muevas. La creación de todo ello responde a un objetivo y un destino. Tu gratitud por estos beneficios consiste en emplearlos. Por consiguiente, te he señalado un ultimátum según el cual debes implicarte en la búsqueda del pan cotidiano, obedecer Mi orden relativa al esfuerzo y a la actividad y no ser un fardo para los demás. Por supuesto, si concuerda con mi entera voluntad, te concederé una abundante subsistencia, y lo mismo si por algunas razones y a causa de algunas conveniencias, tu nivel de vida no alcanza el nivel necesario, habrás cumplido evidentemente con tu deber «haciendo el esfuerzo requerido» y serás excusado».
E- Quien habiéndole concedido bienes y fortuna en abundancia los dilapidó. Recurriendo entonces a la invocación: «¡Oh Dios mío! dame mi pan cotidiano». Dios le dice en respuesta: «¿No te he concedido tu pan cotidiano en abundancia? ¿Por qué no has observado la moderación? ¿No te había ordenado ser moderado en las donaciones? ¿No te había prohibido la prodigalidad y las donaciones excesivas?»
F- Quien hace un «du’a» relativo a la ruptura de las relaciones familiares y pide a Dios cualquier cosa que implique esta ruptura (o aquel que ha efectuado esta ruptura y que ha hecho una invocación a propósito de un problema cualquiera).
Dios ha enseñado en el Corán, dirigiéndose en particular a Su Profeta, la manera de hacer limosna, pues sucedió la historia siguiente:
Una cierta suma de oro se encontraba en casa del Profeta, el cual quería utilizarla en beneficio de los pobres y no quería que permaneciese en su casa ni tan siquiera por una noche. Distribuyó pues, por aquí y por allá la totalidad del oro en el espacio de una jornada. Al día siguiente por la mañana, un necesitado se presentó y le pidió ayuda insistentemente. Pero el Profeta no tenía ya nada más para darle, lo que le puso extremadamente triste y pesaroso. Entonces es cuando fue revelado un versículo del Corán, que dio instrucciones relativas a esta cuestión:
«No pongas tu mano cerrada a tu cuello,
y no la extiendas tampoco demasiado ampliamente,
sino te encontrarás reprochado y falto de recursos». (Corán, 17: 29)
Estos son los hadices que nos han llegado del Profeta, y los versículos del Corán también confirman el contenido de estos hadices, y por supuesto, los que son seguidores del Corán y tienen fe en Él, también tienen fe en el contenido de los versículos del Corán.
En el momento de su muerte, se pidió a Abu Bakr que hiciese testamento de sus bienes.
- Que un quinto de mis bienes sea dado como limosna y que el resto vuelva a mis herederos - dijo - y un quinto no es poca cosa.
Abu Bakr testó pues un quinto de sus bienes, mientras que un enfermo tiene el derecho, en su lecho de muerte, de testar hasta un tercio. Si hubiese estimado que era mejor hacer uso de la integridad de su derecho, habría pues testado un tercio.
La vía y el método seguidos por Salmán y Abu Dhar -a los que conocéis por su sabiduría, su piedad y devoción - eran igualmente conformes a lo que ya he expuesto.
Salmán, cuando recibía del tesoro público su parte anual, separaba de un lado el montante de sus gastos por un año, para que le permitiese vivir hasta el año siguiente.
- Tu que estás tan lleno de devoción y de piedad, ¿Piensas en el gasto de todo un año? - le dijeron. - Puede ser que te mueras hoy mismo o bien mañana y que no llegues al fin del año.
- También puede ser que no me muera - respondió - ¿Por qué consideráis como válida sólo la hipótesis de la muerte?, también existe la hipótesis de que permanezca vivo, en este caso tendré necesidades y gastos. ¡Oh ignorantes! Descuidáis que el «yo» del ser humano, si no dispone en cantidad necesaria de los medios de subsistencia, hace prueba de pereza y negligencia en la obediencia a Dios, y pierde su ardor y su energía por la justa causa: pero se tranquiliza si estos medios le son entregados en cantidad necesaria...(ver la continuación en archivo pdf)